Una tarde tropecé con la muerte. La muerte más triste sobre el rostro de un gorrión urbano, casi sin plumas, expulsado de su nido por algún error del viento. Lo tomé entre mis manos, le hice una cuna al pie de un árbol, cobijé su cuerpo con un puñado de tierra, y me fui, herida, llorando por dentro. Volvió a la tierra sin saber volar. Mi amigo Don Julián me dijo que hay que aprender a domesticar el cerebro, que no es tan difícil; además, no hay mucho tiempo para caer en sus trampas. Me dijo, que siempre estamos a tiempo de empezar. "... Ya tengo 76 años y hace unos meses me quedé muy solo, la angustia empezó a apoderarse de mí, pero le di vuelta a mi cabeza ¡rápido! sin darle oportunidad. Entonces decidí ser músico, y aquí estoy, entregado a ella, con mi violín y un café bien cargado. Estoy aprendiendo a ser feliz con la música." Don Trini, con su jarana al hombro, su voz afilada, el dueño de todas las calles y las plazas de la ciudad, supo inmediatamente que yo podía cantar. – ¿Usted es cantante? – Sí... Respondí. – ¿Y qué hace ahí sentada? Venga, levántese de ahí y vamos a trabajar – Pero yo... – ¡Pero nada! Vamos que hay que trabajar. A lo mejor nos ganamos unos pesos más para los tacos. – Y me fui con él. Don Armando, me regaló una tarde de canciones con su voz y su guitarra. Mientras que Don Eugenio, me regalaba poemas en Nahuatl. Él me enseñó pacientemente cada palabra, trayendo hacia mí la antigua resonancia de un idioma que yo intentaba capturar en mi boca. Ellos dos, me regalaron una tarde de sol, canciones, poemas, albures y risa. Mis viejos sagrados... Una niña, que nació el mismo día que yo, pero muchos años después, me dijo que sabía dibujar el futuro; y ella dibujó para mí un viaje muy largo, un vestido azul, un amor y un hijo... –¿Un hijo?- pregunté inquieta. Ella no pudo evitar mirarme con sus ojos llenos de curiosidad. Le dije que un día podría dibujar un niño en mi cuaderno rojo con todos sus lápices de colores. Y sonrió, sonrió como todas las niñas de este mundo. A veces me siento como la mariposa que un día encontré, rendida al pie de otro árbol, con su ala derecha destrozada, mientras que la otra desgarraba del aire un último vuelo. Yo voy arrancando ruidos de la madrugada, tiemblo al pie de la luna. Mi voz se va como la noche, y al amanecer, un cenzontle posa en mi boca las voces de todos los animales. Pero mi garganta anda herida de silencio. Continúo la ruta a punta de corazonadas, sin saber a dónde iré. Acompañada de nombres y recuerdos. Si un día llegara a tropezar contigo, en alguna esquina, que tu boca no me hable, las palabras apresuradas son torpes. Yo sólo sé la religión de los besos, los abrazos y el silencio, sé vivir y morir en ellos. Aprendí a obedecer los impulsos y por eso estoy aquí, distante, lejana, incierta. Intentando despertar lo que duerme en el silencio de un lápiz, o en las promesas mudas de un cuaderno vacío. Mientras los días transcurren con sus hilitos de lluvia, resucito palabras para hacerme una canción. Ya casi son tres meses de estar caminando entre la gente y las calles de este pedazo de mundo. Meciéndome entre historias del tamaño de una mariposa, una hormiga, o un escorpión. Sintiendo tan mía la profunda herida de este gigante llamado México. Bajo el mismo cielo, bajo el mismo sol, sigo caminando, aferrada a los impulsos, porque sé que tu abrazo me espera, en algún rincón del mundo, en alguna esquina, al filo de alguna vereda, o al pie de un árbol viejo. (© MarielaCondo/2016) Poema / Nahuatl. Por Don Eugenio.
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July 2016
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